11.11.10

La mirada con la que me miró esa vía.

Arriba, un cielo. Abajo, una vía. De camino, un metro. Ves en tus pies la única manera de poder saltar abajo y subir hasta tocar ese azul. Has blasfemado, la has maldecido desde la distancia, la has deseado lo peor. No la hablas, ni si quiera la miras, o si lo haces, apartas indiferentemente la mirada para dejarla con mal cuerpo. Y pese a todo: su sonrisa sigue ahí. Te sigue apoyando como la que más, te sigue escuchando, y perdonando día a día por tus incomprensibles cambios de humor. Sigue demostrándote que no debes irte porque lo que buscas no está muy lejos de salir de ella. Que lo que buscas sí está en ella.
Y entonces, vuelves a mirar a las vías. Ya no por no saber qué hacer, ni por odio hacia la situación. Te miras las manos, y la línea del egoísmo supera el brazo, la de la hipocresía anda cerca de alcanzar el hombro, y la cicatriz de la conciencia es tan honda como denso tu cuerpo.
No mereces otra cosa que dejarte caer y terminar con todo. Pero su sonrisa te puede, el verla cabizabaja sin motivo, y al despedirte en un mutuo intento de disimulo ves de nuevo esa ilusión que tanto añoras en sus ojos. Soys de nuevo eso que tanto quieres, eso que tanto has echado de menos y tan cerca estuviste un día de guardar. Esa sonrisa de alivio que hace que crezca la linea de hipocresía y egoísmo que ya tenías hasta encontrar un fin en una curva infinita.
Has de cambiar la historia y volver a demostrarte que sí que merece la pena tanto como crees y sabes. Que no te pueda el miedo, la rabia, el rencor. La impaciencia. Sólo tienes que seguir excavando.
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