Me siento culpable de todos y cada uno de mis sentimientos, hoy ni la excusa de que es humano, ni que de todo se aprende me vale. Me siento culpable hasta de ser quien soy, y me averguenzo de mi propia verguenza sólo para que no me persiga otro temor. Porque ya no es rabia contenida ni odio hacia lo inexistente, ya no es una imposibilidad solucionable, ni una creación léxica comprendida para explicar poco a poco mi desesperación. Porque me duele todo, y nada. Porque al no tenerte ya no hay nada que me pueda doler, y al ser el todo eso que he perdido con tonterías, me reconcome hasta la más invisible esquina de mi conciencia. Y si el dolor fuese incoloro yo ya lo hubiese pintado de fosforito por mi gran inmadurez llamada madura, y si un sentimiento pudiese ser descrito ya me hubiese encargado yo de que el cuento no tuviese un final feliz. Conocido por el más intenso olor mi olfato busca sin cesar ese perfume, ese rastro, sabe si estás cerca, si te acercas o te alejaste dejando ese escalofrío que me abre los ojos al darme cuenta de que no hay fantasma que perseguir. Un convencido sexto sentido que reconoce no existir luchando contra las lágrimas internas que provoca su palidez.
A mí no me duelo yo, es tu ausencia la que mata.
