Vienes y te pones de pie justo a mi lado, el único día dónde la gente del metro no te apretuja contra los cristales por el exceso de cuerpo. De repente me miras, y me sueltas una bordería. Si no era ya suficiente mi sospecha el miércoles de que algo te está haciendo daño por dentro, hoy me lo has confirmado. Hablando contigo te he notado como si estuvieses naufragando en un pequeño barquito, a la deriba, ajeno a todo lo que está ocurriendo en tierra. Ha sido tan.. no raro, porque la rareza nos caracteriza. Y ni mucho menos original. Ha sido agobiantemente sofocante. Me preguntabas algo, te contestaba. Finalizo mi respuesta con un ''¿y tú?'' . Me contestabas, y un minuto mirando al cristal que reflejando nuestros cuerpos callados. Como adolescentes. Vale, yo lo soy, pero nuestra relación no lo ha sido ni un segundo en los últimos 6 meses. Entonces.. ¿qué nos pasa? Dime, ¿a qué ha venido esa fría confianza con la que me hablabas hoy? La sequedad mas escurrida se hacía dueña de tus gestos. Pero.. ¿En qué mundo de bostezos te encontrabas?
No me lo he tomado como algo personal, lo cual.. me preocupa más. Lo que me salvó de no caer en la depresión el año pasado fue el saber que tú eras más feliz sin tenerme a tu lado. Pero.. ahora es diferente. La impotencia del egoísmo que siento en mí me mata. No pretendo ser tu salvadora, como te crees que pretendo ser con los demás. Sólo me siento incapaz de comprender porqué te ayudaría mil veces antes a ti que a todas esas otras con problemas solucionables con un simple consejo, y no puedo. Quiero escucharte, quizá mi madurez no me permita aconsejarte, pero sí quiero que me veas como una forma de desahogo. Que confíes como dices hacerlo, no sólo para mi propio beneficio, si no para el tuyo.
Siempre estás ahí, salvándome de todo cuando siento que caigo. Te preocupas, me sonríes y me haces sentir mejor conmigo misma.
No sólo es injusto, es egoísta.
